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De las egresadas voces

Varias personas que han pasado por la escuela pedagógica experimental han apuntado sus intereses en la literatura, y con suerte, la que es escasa en el mundo editorial, han logrado ser publicados, o dicho de otra manera, han logrado más sonoridad en el mundo interminable de la literatura.

 

Nicolás Peña 

‘Ciudad de perros y palomas’. Editorial Kimpres, diciembre de 2014.

 

Nicolás Peña y Ana Isabel Díaz   El poemario Ciudad de perros y palomas se construye como una  propuesta-libro que asocia el ejercicio poético con distintas formas de creación plástica, principalmente, dibujo y fotografía. Dentro de esa unidad que llamamos o concebimos como libro, Ciudad de perros y palomas busca establecer, tanto en los temas que trata como en su construcción formal, la fragmentación, la multiplicidad y la contradicción como figuras centrales para la creación de un lenguaje y una visión poética de la ciudad y el hombre bogotano.

Esos del barrio

 

Esos del barrio que patean el balón raspado

y luego se toman una cerveza

con el puchito que se consume rápidamente.

Esos que charlan en las esquinas

tratando de evitar el ordinario tiempo

alargando el ocio con los amigos del fútbol:

piropeando a las vecinas

comprándole marihuana a los porteros

jugando a las cachetadas como si fueran boxeadores.

Esos jóvenes que sacuden la ciudad

y la viven en cada esquina

en cada poste en cada olor de calle repetida.

Esos amigos de los vagabundos

de las peleas y las perfumadas prostitutas.

Esos del barrio que se trasnochan escuchando música del celular

bailando en los andenes torpemente

lanzando latas de cerveza a la calle:

olvidando alegremente la tonta vida que les ha tocado.

Articulo por: Albeiro Montoya Guiral 

En busca de Comala

 

Carlos H. Trejos nació en Riosucio (Caldas) y publicó poemarios como ‘ Manos ineptas’. / Cortesía

 

La noche anterior al 26 de agosto de 2011 sentí la necesidad irrefutable de matarme. Quería entregar mi vida a cambio de no conocer el secreto sobre la muerte de Carlos Héctor Trejos Reyes. Todos los comentarios sobre él, a los que había estado acostumbrado desde niño, llegados en las alas imprecisas de las palomas riosuceñas hasta mi pueblo, indicaban un suicidio. Las biografías precarias y hasta insuficientes que traían las ediciones de sus libros ni lo mencionaban siquiera.

Sencillamente, acuciado por el insomnio, me sentí innecesario en el mundo, iba a toparme con una verdad cruel, iba a saber el cómo de una muerte presentida y anhelada en su poesía, y al parecer era lo único que no sabía sobre el autor, lo que me hacía a la vez el hombre más ignorante del mundo. Creía que entender su muerte era la clave para entender sus versos, pero, como supe más adelante, la clave para entenderlos era comprender su vida, por lo tanto, sus versos no tendrían jamás para mí explicación alguna. Su vida, impiedad imperdonable.

Al amanecer, sintiéndome un traidor por estar vivo, viajaba hacia Riosucio acompañado de Manos ineptas (uno de sus poemarios), una cámara fotográfica y una rosa blanca que pensaba dejar sobre la tumba más triste del cementerio de San Sebastián. ¿Qué sabía sobre este pueblo? Sólo que cada dos años se realizaba allí el prestigioso Carnaval del Diablo, donde miles de personas se ubicaban increíblemente en las estrechas plazas, embriagadas de la andinidad y enardecidas por fuerzas báquicas. Es decir, para encontrar a la familia Trejos Reyes no sabía nada. El pequeño bus me dejó cerca de la plaza de La Candelaria, rodeada de las montañas carcelarias, esas enormes rejas de piedra viva que encerraron a Trejos para siempre.

 

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